Según los archivos vaticanos, fue en el año 835 cuando el papa Greogrio IV proclamó la festividad del Día de Todos los Santos. Festividad, que se celebra el 1 de noviembre, para honrar tanto a los santos conocidos como a los desconocidos. Se realiza un especial recuerdo a todos los que viven en la presencia de Dios.
La elección de la fecha del 1 de noviembre no fue al azar. En esta jornada los pueblos germanos celebraban una de sus festividades y, por entonces, la Iglesia buscaba eliminar las celebraciones que tuvieran un origen pagano.
Suele ocurrir que se confunde el Día de Todos los Santos con el Día de los Fieles Difuntos, también conocido como Día de los Muertos o Día de las Ánimas. Sin embargo, se trata de festividades distintas.
El Día de los Difuntos se celebra el 2 de noviembre y honra el recuerdo de quienes ya no siguen en la vida terrenal. La Iglesia busca que se dedique esta jornada a la oración por todas las almas.
Mas allá de la tradición de acudir al cementerio en el Día de Todos los Santos para llevar flores a los difuntos, algunas regiones y ciudades españolas celebran esta jornada con fiestas muy diversas.
En Canarias, la fiesta de los Finaos reúne a la familia en torno a la mesa donde se recuerdan historias y anécdotas de los difuntos. En Galicia, País Vasco o Cataluña se asan castañas al fuego bajo las tradiciones de Samhain , Gaztañerre Eguna y la fiesta de la Castanyada respectivamente.
Por otra parte, en el municipio de Begígar (Jaén) se da una de las celebraciones más curiosas. Los vecinos de la localidad salen a la calle para tapar con gachas las cerraduras de las casas ya que antiguamente se pensaba que así se espantaba a los malos espíritus.
“No pensemos solo en los ya beatificados o canonizados. El Espíritu Santo derrama santidad por todas partes, en el santo pueblo fiel de Dios, porque “fue voluntad de Dios el santificar y salvar a los hombres, no aisladamente, sino constituyendo un pueblo, que le confesara en verdad y le sirviera santamente”.
Con estas palabras el Papa Francisco se refiere en su exhortación apostólica Guadete et exsultate a la Fiesta de Todos los Santos, también conocida como Pascua de Otoño. La celebración fue establecida el 1º de noviembre por el Papa Gregorio III (90° Papa de la Iglesia vivió entre 690 y 741) en coincidencia con la consagración en la basílica de San Pedro de una capilla dedicada a las reliquias de los Santos Apóstoles.
Sin embargo, esta fiesta ya era conocida en Europa desde el siglo VIII, incluso mucho antes. En el siglo IV comenzó la conmemoración de los mártires en Antioquía (actual Turquía) el domingo después de Pentecostés, según relatos de San Juan Crisóstomo.
¿Por qué la Iglesia le dedica un día especial a todos los Santos en su conjunto? Según el Vaticano, el 1º de noviembre se recuerda “a todas las personas, hijas e hijos de Dios, que vivieron la fe, la esperanza y la caridad siguiendo el ejemplo de Jesucristo y que practicaron de manera eminente las bienaventuranzas descritas en el Sermón de la Montaña (Mt 5, 1-12)”.
El Vaticano agrega que la fiesta “nos recuerda que podemos vivir ya desde ahora en la vida eterna si nos comprometemos con determinación a transformar este mundo con la fuerza del Evangelio”.
El Papa explica que “la santificación es un camino comunitario, de dos en dos. En varias ocasiones la Iglesia ha canonizado a comunidades enteras que vivieron heroicamente el Evangelio o que ofrecieron a Dios la vida de todos sus miembros”. Por ejemplo, los siete fundadores de la Orden de los Siervos de María o las siete beatas del primer Monasterio de la Visitación, en Madrid.
Inclusive, como recuerda el Papa, hay muchos matrimonios santos, donde cada uno fue un instrumento de Cristo para la santificación del cónyuge. “Vivir o trabajar con otros es, sin duda, un camino de desarrollo espiritual. San Juan de la Cruz decía a un discípulo: “estás viviendo con otros “para que te labren y ejerciten”, dice Francisco en la exhortación Guadete et exsultate.
- San Marcelo de París. (¿?-410). Sucedió a Prudencio como Obispo de París, luego de haber sido archidiácono y de haber realizado varios milagros. En su sede defendió a los católicos de la invasión de los bárbaros. Es legendaria la historia de que ganó una batalla sobre un dragón. Fue sepultado en una catacumba, a orillas del Sena en el actual Saint-Marceau.
- San Pedro del Barco. (1088-1155). Sacerdote español nacido en la ciudad de Ávila, Castilla, quien quedó huérfano muy joven y entonces se retiró a la ribera barcense, junto al río Torme. Educado en el cristianismo, allí se puso a labrar la tierra y a socorrer y educar a los pobladores que tenían problemas. Sus virtudes con la gente lo hicieron muy popular y el Obispo de Segovia lo nombró canónigo de su Catedral. Allí se desempeñó varios años, pero volvería pronto a Barco de Ávila, donde pasaría hasta el final de su vida.
- San Benigno de Dijon. (¿?). Según la Pasión de San Benigno, cuyo valor histórico ha sido puesto en duda, Policarpo de Esmirna vio una aparición del santo. Entonces, envió a dos sacerdotes, Benigno y Adoquio, a predicar el Evangelio en las Galias. Benigno predicó en Dijon, donde también realizó varios milagros. Denunciado ante el emperador Aureliano, fue detenido y muerto en Epagny. Esta leyenda dio origen a varias novelas religiosas del siglo VI que describen los orígenes de las diócesis de Autun, Langres y Valence, entre otras.
- San Licinio de Anjou o Angers. (540-616). Joven criado en el cristianismo, fue conde Anjou (Angers) en lo que hoy es Francia. Atraído por la política del condado, se casó pero la afectación repentina de su mujer con lepra lo convenció que ese era un mensaje de Dios, y se convirtió en monje en Châlonne. Su excelencia evangélica hizo que en el año 586 fuera elegido Obispo de Angers. Recibió su ordenación de manos de San Gregorio de Tours y sucedió a San Albino.
- San Cesáreo. (¿?). Diácono de origen africano que en Terracina (actual Italia) criticó abiertamente la costumbre de ofrecer a un joven como sacrificio al dios Apolo. Entonces, fue arrestado y acusado ante el gobernador, quien lo condenó a ser arrojado al mar, junto al sacerdote Julián. La historia es imprecisa, pero ambos nombres figuraron en los antiguos martirologios y en el siglo VI hubo en Roma una iglesia dedicada a San Cesáreo.