La deuda bruta de Estados Unidos ha sobrepasado ya los 30 billones de dólares (bdd) por primera vez en su historia, y los pronósticos apuntan a que seguirá incrementándose a una gran velocidad en los siguientes años.
Para no dejar lugar a confusiones, 30 billones en español equivalen a 30 millones de millones de dólares (30 trillion, en inglés).
Dicha cifra equivale a más del 130% del Producto Interno Bruto (PIB) de ese país, lo que la convierte en una de las naciones más endeudadas del mundo en proporción, pero la más endeudada de la historia de la humanidad en términos absolutos.
La porción mucho más grande de la deuda está en poder del público (incluye instrumentos de deuda en poder de inversores individuales, deudas en poder de la Reserva Federal, los grandes fondos de inversión y los gobiernos extranjeros), que asciende a 23.5 billones.
Los gobiernos extranjeros tienen alrededor de 7.7 bdd de la deuda estadounidense, y según los datos más recientes, Japón es el mayor tenedor con $1.3 bdd, China el segundo con 1.1 bdd y Reino Unido el tercer lugar con 622 mil millones de dólares.
Cabe recordar que la deuda estadounidense ha estado en aumento constante durante décadas, pero la respuesta del gobierno a la pandemia de Covid-19 implicó inyecciones masivas de gasto efectivo, paradójicamente, para compensar el daño autoinfligido por las autoridades al declarar el cese obligatorio de actividades y confinamientos.
En 2019, la deuda estadounidense era de 22.7 bdd. Para el cierre de 2020 ya había aumentado 5 billones a 27.7 bdd. La llegada de la marca de los 30 bdd era un hecho inevitable, pero se ha anticipado varios años tras la crisis Covid.
Son varios los factores graves y preocupantes de esta emisión continua de deuda, pero entre ellos destaca el inminente aumento en el costo del servicio de esta. Con tasas de interés cercanas a cero la deuda cuesta muy poco, pero cuando aumentan, como ocurrirá este año, la carga de los costos también aumenta.
Se calcula que cada incremento de punto porcentual en las tasas agrega unos 100 mil millones de dólares al año o más a los costos de la deuda, lo que debe financiarse con impuestos más altos… o más deuda.
El agujero profundo en el que han metido al dólar no tiene escapatoria. La deuda es impagable, y todos deberíamos saberlo.
Sí, es cierto que los bonos de la Unión Americana son 100 por ciento seguros, en el sentido de que siempre podrán emitir más dólares para pagar sus compromisos. ¡Ellos tienen la máquina de hacer dinero, literalmente!
No obstante, la corrupción monetaria expresada en la inflación infinita de la burbuja de crédito/deuda, SIEMPRE se paga – tarde o temprano- con una severa crisis de pérdida de confianza, de valor y del estatus de “divisa de reserva” internacional. No es cuestión de si ocurrirá o no, sólo de cuándo.
El “termómetro” de la irremediable pérdida de valor del dólar es el ascendente precio del oro, el dinero real.
Es por eso que tras bambalinas hay un esfuerzo continuo de las manos que “mueven los hilos” de los mercados de futuros para contener (manipular) al máximo posible la escalada vertiginosa que, de otro modo, tendría el oro.
Lo destacable en todo caso es que no importa cuánto se esmeren los bancos de lingotes, la Fed y el gobierno estadounidense por deprimir el precio del rey de los metales, este se mantiene (y se mantendrá) al alza como tendencia mayor de largo plazo. ¡Es inevitable porque no lo pueden crear a placer!
Y es que por más que depriman el precio en el mercado “de papel” (mercado de futuros), en el mundo real el oro físico no obedece a las reglas de su manipulación.
Cada vez que deprimen los precios del “oro digital”, las monedas, lingotes y barras “desaparecen” de la circulación, y para venderse, sus tenedores exigen “premios” (sobreprecios) cada vez más altos.
Es gracias a este fenómeno que, en el largo plazo, la tendencia alcista del oro es imparable, pues en realidad es el mercado físico el que al final determina los precios en el mercado de futuros, y no al revés. La realidad puede ocultarse por un tiempo, pero no para siempre.
Como le digo, hay sólo dos grandes certezas de todo esto: la “impresión” constante de dólares para pagar sus crecientes deudas, y el alza del precio del oro.
En especial, si consideramos que la misma Oficina de Presupuesto del Congreso norteamericano estima que si las tasas de interés aumentan de acuerdo con sus propios pronósticos, el costo de la deuda subirá al 8.6% del PIB en 2051, lo que equivaldría a alrededor de $60 billones de dólares en pagos de intereses durante tres décadas. Pero, si las tasas de interés superan ese pronóstico por solo un punto porcentual, el costo subirá otros $30 billones. No hay escape.
La única salida real a este desastre implicaría décadas de gasto público equilibrado, pero todos sabemos que nada detestan más los políticos que el que les “amarren” las manos del dispendio.
Ante ello, al ciudadano común sólo le queda jugar el juego con las propias reglas y usarlas a su favor invirtiendo en activos que, ante la sinrazón del sistema monetario actual, se seguirán apreciando.