La ciclotimia de la política venezolana es legendaria. En un instante viaja de la parálisis a la fiebre, del entumecimiento al ardoroso conflicto, a su vez acompañada por una cierta angustia existencial. Desde luego, es inevitable tomar conciencia de todo lo que está en juego. En Venezuela y más allá, de hecho, dado el largo brazo del conglomerado criminal en el poder.
Otro acalorado debate se dispara hoy a partir de una carta pública de María Corina Machado a Juan Guaidó. En la cual le comunica que no apoyará su reciente propuesta de unidad y consulta popular para conformar un gobierno de emergencia nacional. Rechaza la idea por ser innecesaria, “la población ya fue consultada”, y redundante, “tú eres el gobierno de emergencia nacional”.
El texto es un crudo retrato de la realidad, hay que decirlo. Señala la falta de rumbo, el tiempo desperdiciado y los consiguientes retrocesos. Repudia la cohabitación con el régimen y sus redes corruptas, lo cual ha erosionado la credibilidad del interinato. Rechaza convocatorias electorales administradas por Maduro. Puntualiza que su enfoque siempre ha sido “construir una opción de fuerza”, anclada en el TIAR y el articulo 187.11 de la constitución, a efectos de desplegar una “Operación de Paz y Estabilización”.
Era esperable que se generaran intensas controversias, pero las críticas más feroces fueron a la persona de María Corina Machado. Tal vez por ser mujer, o por su presunto radicalismo, no es infrecuente la crítica ad hominem, en su caso ad feminam. Es paradójico que en la izquierda se elogie la intransigencia, mientras que, entre los demócratas, ser tajante en la defensa de la libertad y los derechos se reprueba. A propósito, casi nadie refutó los hechos presentados en dicha carta.
Todo esto motivó un nuevo capítulo de la discusión sobre la estrategia adecuada para remover a la dictadura del poder: dialogando o marchando, negociación o intervención, por los votos o por la fuerza. La memoria es corta en política, pero en ningún lugar tan corta como en Venezuela. Cada uno de estos episodios es como si nunca hubieran ocurrido antes, como si el tiempo comenzara de nuevo. Lo grave es que con esta repetición ad infinitum el régimen siempre logra extender su horizonte temporal.
Así algunas críticas caracterizaron la propuesta de María Corina Machado como inviable e ilusoria. Diplomáticos y funcionarios del gobierno interino, quienes en ocasión de la discusión del TIAR planteaban con certeza que el régimen no se iría por las buenas, se apresuraron a distanciarse argumentando que ningún gobierno extranjero está dispuesto a involucrarse en el uso de la fuerza.
Elliott Abrams, ahora también enviado especial del gobierno de Estados Unidos para Irán, pareció corroborar el punto con ironía al invocar el realismo mágico latinoamericano. Tal vez sea el caso, lo cual no resuelve el dilema fundamental, pues la alternativa a dicho género literario bien podría ser el “pensamiento mágico”; o sea, el absurdo de creer que las elecciones organizadas por Maduro terminarán con la dictadura de Maduro.
Hay que detenerse un momento en esto del “uso de la fuerza”. Si por ello se entiende un “Día-D” para Venezuela, una Normandía en el Caribe, pues es improbable, acaso imposible. Sin embargo, la realidad es que la fuerza ya se está usando. Se usa cuando Europa y Estados Unidos imponen sanciones, y cuando el Departamento de Justicia ofrece recompensas millonarias por la cabeza de Maduro y la primera línea de su régimen por ser parte de un cartel narcoterrorista.
La ha usado Guaidó en ocasión del intento de golpe aquel 30 de abril y con la operación Gedeón, acciones improvisadas y llevadas a cabo a espaldas de los propios aliados internos y externos, por cierto, pero ambas de fuerza.
Por ende, no puede sorprender la reticencia de los actores extranjeros a involucrarse, no ya en intervenciones militares sino a involucrase y punto con una dirigencia que no genera confianza. Ningún actor internacional va a emprender estrategias de conflicto mientras los representantes del gobierno interino dialogan con Maduro en secreto. La alta aversión al riesgo de la comunidad internacional es consecuencia entonces—no causa—de las decisiones erróneas del gobierno interino.
Esto también apunta al reciente llamado a “la unidad”. En política no hay accidentes ni milagros, la unidad se construye con objetivos claros, estrategias adecuadas y liderazgos coherentes. Es notorio que el campo democrático venezolano hoy está dividido, pero no siempre ha sido así. Estuvo unido en diciembre de 2015 para recuperar la Asamblea Nacional, un esfuerzo de la sociedad malogrado por la dirigencia; descolgar cuadros no era exactamente el mandato popular.
Estuvo unido en octubre de 2016 en ocasión de la convocatoria al referéndum revocatorio, una gesta traicionada por una dirigencia que, hoy escuchamos, salió del closet y se declara chavista pero cuyas acciones de entonces ya lo demostraban. El campo democrático estuvo unido en ocasión de la masiva abstención de mayo de 2018, la cual expuso el fraude electoral ante la comunidad internacional.
Estuvo unido detrás de Juan Guaidó a comienzo de 2019 y la secuencia delineada: cese de la usurpación, gobierno de transición y elecciones libres, voluntad truncada por las tantas alteraciones a dicha fórmula, los diálogos encubiertos y las desprolijidades administrativas. En toda iniciativa política es la dirigencia quien construye unidad, también es quien a menudo la destruye.
Por todo lo anterior la declaración del Secretario de Estado Pompeo le puso orden al barullo. Denunció la naturaleza fraudulenta de la convocatoria electoral, anticipando que Estados Unidos no la reconocerá. Y celebró la liberación de personas injustamente encarceladas. Habrá que ver si, presentadas como indulto, se trata de transacciones políticas de cara a la elección. Y para dejar el entredicho cerrado y prolijo, James Story, Encargado de Negocios de EEUU en Venezuela, agregó que todas las opciones están sobre la mesa. Al final, no hubo tal realismo mágico.
Lo que queda para los demócratas venezolanos y sus aliados extranjeros es la imprescindible reconstrucción de la unidad trizada, la que solo podrá lograrse con objetivos claros y sin complicidades con el régimen. La redemocratización de Venezuela no es solo un objetivo de los venezolanos. El futuro democrático de toda la región depende, en buena medida, de eyectar del poder al conglomerado criminal presidido por Maduro y llevarlo a la justicia. /Con información de Infobae