Un trapo rojo como grito de auxilio que se repite en la fachada de muchos de sus vecinos en este inmenso cerro forrado en viviendas informales, y que empieza a esparcirse por el país como un nuevo símbolo de protesta contra la pobreza que vive el séptimo país más desigual del mundo en Bogotá, según el Banco Mundial.
Es una pobreza tres veces mayor a la del resto del país.
Su población a los que se añaden la mayoría de los 2 millones de venezolanos que llegaron al país, son los más afectados por el estancamiento económico de la cuarentena. “Lo que conseguimos un día, lo gastamos al otro”, es la sentencia común.
El aparato estatal colombiano intenta paliar la crisis de los vulnerables con subsidios, créditos blandos y suspensión de pagos.
En Soacha, como en otros municipios, la alcaldía entrega miles de bolsas con arroz, lentejas y harina en colegios y plazas donde la gente hace horas de cola. También realiza recorridos por los barrios entregando mercados.
El alcalde del municipio, Juan Saldarriaga, dice haber pensado en la estrategia del trapo rojo para identificar a las familias más vulnerables y poder entregar la canasta básica sin necesidad de entrevistas y burocracia.
“Hay sectores donde el 98% de la gente necesita esa ayuda”, le dice a BBC Mundo.
“Pero hay otros donde esa necesidad es más esporádica, así que la bandera ha servido para identificarla”. “El trapo no solo nos sirve a nosotros para ubicar el hambre, sino también a los vecinos para generar solidaridad entre ellos”, señala Saldarriaga.
Una vecina lo corrobora: “Si no es porque hay gente que me colabora con una librita de un algo (comida), nosotros ya hubiéramos muerto de hambre”.
A medida que se prolonga la cuarentena, que en teoría termina el 27 de abril, la tensión en este tipo de barrios de Colombia, históricamente afectados por el desplazamiento y la violencia, ha aumentado.
Se han reportado protestas, reprimidas por la policía antidisturbios, y tiroteos. El fin de semana hubo toque de queda en Soacha.
De símbolo de necesidad, a símbolo de protesta
“El trapo va en camino a pasar de ser un llamado de ‘venga y me ayuda’ a convertirse en un símbolo de protesta”, vaticina Marcos González, historiador experto en cultura.
Hace cinco meses, millones de colombianos salieron a las calles a marchar contra el gobierno de Iván Duque con cacerolas en las manos. Sartenes y ollas deformados por los golpes de protesta se volvieron el símbolo de demandas políticas, culturales y económicas de uno de los movimientos civiles más significativos de la historia reciente del país.
“La gente en el desespero agarra un símbolo para desahogarse”, dice González.
En la mayoría de hogares colombianos suele haber un trapo rojo: unos le dicen “bayetilla”, otros “dulceabrigo”, otros “panola”. Se usa para limpiar el polvo, el carro, las ventanas. También se suelen ver en las carnicerías, o en la mano de los personajes que invitan a los restaurantes en las carreteras.
Y el Partido Liberal, que durante un siglo fue uno de los dos movimientos políticos más importantes del país, solía “ondear el trapo rojo” en nombre de los trabajadores, de los débiles.
Carolina Jiménez, una vendedora callejera de limas de uñas que vive en Cazucá, lo ve diferente: “Estamos gritando que tenemos hambre”.
“A nosotros nos gusta es el arroz con huevo al desayuno, el caldo de costilla al almuerzo y un pan con chocolate a la comida (cena)”. “Pero ahora eso se redujo a un plato nomás”, señala. “De resto estamos tomando agua e’ panela (azúcar)”. /BBC