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Médicos de un hospital de Brooklyn en modalidad de catástrofe se arman de valor al enfrentarse al coronavirus

by Noticias al Despertar

Llegó el virus al hospital hace tres semanas. Se comenzaron a anotar los detalles de cada posible caso en una hoja de papel, una lista que ha crecido a más de 800 pacientes, la mayoría de los cuales fueron evaluados en la carpa para pacientes sin cita.

El hospital con 175 años de antigüedad está aumentando su capacidad, conforme a la solicitud que el gobernador Andrew Cuomo dirigió a todos los hospitales. Hasta el miércoles, la ciudad, ahora el epicentro del brote en Estados Unidos, había reportado más de 20.000 infecciones confirmadas y 280 muertes.

Autorizado para tratar a 464 pacientes, el centro médico de Brooklyn generalmente solo tiene el personal y las camas suficientes para atender de 250 a 300 personas. Está planeando aumentar ese número en un 50 por ciento de ser necesario, pero quizá deba duplicarlo.

Más del 40 por ciento de los pacientes internados en el hospital —repartidos por todo el edificio— eran casos confirmados o sospechosos de coronavirus, al igual que más de dos tercios de los pacientes en cuidados intensivos. Para el miércoles, cuatro habían muerto, tres de ellos desde el lunes.

El hospital no tiene compañía matriz a la cual solicitar suministros adicionales ni una red de otras instituciones que compartan recursos durante la pandemia para la población predominantemente de bajos recursos y culturalmente diversa que atiende. Se resistió a la época de las fusiones empresariales. “Como hospital independiente podemos controlar nuestro destino, controlar nuestros recursos, y de verdad hacer lo que creemos adecuado para la comunidad”, dijo Gary G. Terrinoni, su presidente y director ejecutivo.

La semana pasada, el hospital casi sufre una escasez peligrosa de hisopos para pruebas, y sus llamados por un mayor suministro llegaron a oídos del gobierno federal. “Estamos en modalidad de catástrofe”, comentó Terrinoni.

El teléfono de la sala de urgencias sonó de nuevo. Era un hombre que vivía en la misma calle y estaba ofreciendo cubrebocas caseros. “¿Está vendiéndolos o donándolos?”, preguntó de Souza. Era una donación. Tomó su número y le agradeció. El hospital ha recibido donaciones como guantes, alimentos y una botella café con un líquido misterioso preparado por un fabricante de desodorantes artesanales, quien explicó que podía usarse para desinfectar cubrebocas. Por ahora, lo reservarán.

La noche anterior, había llegado un regalo aún más grande en una caravana de camionetas negras que se acercaron con luces intermitentes: cajas de pruebas de coronavirus al parecer provenientes de las reservas nacionales estratégicas federales, 200 en total. El lunes por la mañana, dos funcionarios del Servicio de Salud Pública de Estados Unidos con uniformes azules pulcros llegaron para supervisar su uso.

Sin embargo, había un problema. Los resultados de las pruebas de esos kits se entregarían directamente al paciente, no al hospital. De Souza les preguntó a los funcionarios de salud pública cómo sería ese proceso. “No podemos predecir el progreso clínico del paciente”, comentó. Si alguien está usando un tubo respiratorio, “no podrá atender el teléfono para saber su resultado”. Los dirigentes del hospital trataron de resolver el problema, y no se abrieron las cajas de pruebas.

Según las nuevas restricciones del departamento local de salud, comunicadas por fax al laboratorio del hospital, los médicos solo debían hacer pruebas a las personas que estuvieran suficientemente enfermas como para ser admitidas al hospital. De Souza imprimió el protocolo de pruebas revisado, el octavo que había recibido el hospital en las semanas recientes. Recorrió el departamento de emergencias rompiendo copias de los viejos y engrapando los nuevos lineamientos a las paredes.

Hace unas semanas, el hospital pudo enviar hisopos al laboratorio de salud pública de la ciudad, que devolvía los resultados en un día. Ahora, un mensajero recogía hisopos dos veces al día para enviarlos a un laboratorio Quest en California. Al principio, los resultados tardaban dos días, después cuatro, y ahora era una semana.

Por eso, los miembros del personal siguen trabajando.

“Simplemente se arman de valor”, dijo de Souza sobre su equipo. “Se ponen su uniforme y vienen aquí. A eso se dedican. Claro que sienten ansiedad, y desde luego que tienen miedo, son humanos. Ninguno de nosotros sabe qué ocurrirá después. Ni siquiera sabemos si nos enfermaremos. Pero hasta ahora ninguno de ellos ha faltado a su deber, su llamado”. (c) The New York Times 2020

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