Anteriormente, la gestión de los recursos hídricos se enfocaba principalmente a cubrir la demanda de agua. La meta era satisfacer las necesidades con la mejor agua posible, en términos de calidad.
Es en la segunda mitad del siglo XX cuando, ante la creciente presión de la demanda, surge la necesidad de garantizar la sostenibilidad del recurso. No solo hay que cubrir la demanda, sino que también hay que asegurar la protección y conservación de los recursos hídricos.
Se acepta entonces el cambio de paradigma que, en el caso de Europa, se ve reflejado en la Directiva Marco del Agua que entra en vigor en el año 2000. Es también entonces cuando se empieza a desarrollar una visión holística de la gestión, estableciéndose así el fundamento de la gestión integral de los recursos hídricos (GIRH).
La gestión integral considera las funciones del agua como recurso natural –finito y vulnerable–, que cumple unos servicios ecosistémicos y constituye un bien social, con un valor económico en todos sus usos.
La implementación de la gestión requiere la participación de diferentes agentes: gestores, suministradores y beneficiarios. Debe tener en cuenta que las actuaciones y decisiones a nivel local –para todo el ciclo del agua– han de alinearse con los objetivos sociales, económicos y ambientales a escala nacional y transnacional.
Implicaciones del cambio climático
Ahora, en las primeras décadas del siglo XXI, y ante una situación que muchos consideran de emergencia climática, nos encontramos con que la sostenibilidad y disponibilidad de los recursos hídricos no solo se ve afectada por la demanda, sino que también, y de manera muy notable, por el cambio climático.
Las alteraciones que el hombre está causando en el clima afectan a las precipitaciones y la temperatura y a la intensidad, duración y ocurrencia de los eventos climáticos. Estos cambios tienen graves consecuencias para la disponibilidad de los recursos hídricos al producir:
- Un descenso muy acusado en las reservas netas de agua.
- Una degradación y pérdida de calidad en las mismas.
Pero el impacto del cambio climático sobre los recursos hídricos va más allá. Afecta negativamente a otros subsistemas terrestres (atmósfera, suelos, biosfera) y a la propia actividad humana, efecto que finalmente se transfiere a los recursos hídricos.
Un nuevo paradigma
En una aproximación simplista al problema, se podría pensar que solo tres factores amenazan los actuales modelos de gestión integral de los recursos hídricos: la demanda, el cambio climático y los impactos directos de la actividad humana. En tal caso, bastaría una mera adaptación de los mismos.
Sin embargo, un análisis más profundo de la situación pone de manifiesto que existe un cuarto factor: la propia gestión de los recursos hídricos. La forma de llevarla a cabo puede tener, a su vez, efectos negativos en el cambio climático –esto no solo sucede con el agua, también ocurre con otros recursos como los suelos–.
Tales impactos derivan del consumo de energía y las emisiones de gases de efecto invernadero en las operaciones de extracción, de la distribución y tratamiento de agua, de la pérdida y degradación de suelos asociadas a infraestructuras, de las alteraciones en ecosistemas, de la pérdida de cubierta forestal, etc. Estos deben ser considerados en los planes y estrategias de gestión de los recursos hídricos.
Estamos así en un escenario de retroalimentación que requiere un nuevo cambio de paradigma: ya no basta con asegurar el suministro y la sostenibilidad de los recursos frente a la demanda creciente o con ver los impactos antrópicos directos como principal amenaza.
Ahora se trata de acometer dos nuevos retos:
- Hacer frente a los impactos que está provocando el cambio climático en la disponibilidad de agua dulce (impactos que se traducen fundamentalmente en términos de pérdida de reserva y calidad).
- Minimizar los impactos que puede provocar la gestión de los recursos hídricos en el cambio climático.
Tal y como señalan algunos autores, es fundamental que, además de adaptarse al cambio climático, la gestión de los recursos hídricos contribuya también a la reducción de las causas que lo generan.
Por Javier Lillo Ramos, Profesor de Geodinámica e investigador en geología y cambio global, Universidad Rey Juan Carlos /Infobae