La noticia se supo cuando fuentes policiales lo informaron al diario ABC de España: fue detenido en Madrid el mayor general chavista, ahora disidente, Hugo Carvajal.
“El arresto se habría producido a petición de Estados Unidos, quien también solicita su extradición, según el periodista Nelson Bocaranda”, se lee en el medio español. Bocaranda, por su parte, informó: “Esta mañana a las 8:30 les informé la detención del mayor general Hugo Carvajal en España, en Madrid, por parte de la Guardia Civil y Gendarmería ante petición de Estados Unidos por un viejo indictment en su contra. Gobierno español lo confirmó hace una hora. Espera ser llevado hoy o mañana a Estados Unidos”.
Carvajal, un militar acusado por Estados Unidos de tráfico de drogas, esconde muchos secretos. Fue por bastante tiempo parte esencial del régimen chavista y uno de los responsables de su génesis. Junto a Hugo Chávez, formó parte del golpe de Estado de 1992 y ayudó a concretar alianzas entre el movimiento insurgente del famoso teniente coronel y las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia.
Bajo la administración chavista ejerció diferentes cargos que lo enlodan por su vinculación estrecha a violaciones de derechos humanos y arbitrariedades —en 2008 la OFAC lo incluyó en la Lista Clinton—. Fue subdirector de la Dirección General de Contrainteligencia Militar; luego director por más de diez años; y diputado por el Partido Socialista Unido de Venezuela. Al final, en febrero de este año se apartó del chavismo.
En síntesis, Carvajal es una pieza clave. Un gran activo. Un trofeo que ahora lucirá en su vitrina el Gobierno de Estados Unidos. Pero más allá de que desde hace un tiempo la administración de Donald Trump (y antes, la de Obama) haya tenido la intención de encanarlo, la captura y la eventual extradición de Hugo Carvajal se vuelve un mensaje poderosísimo.
Hay muchas formas de interpretarlo. Hugo Carvajal, bajo la severidad del Departamento de Justicia de Estados Unidos, será un magnífico y destacado tenor. Cantará y dejará a todos sorprendidos. También, pudiera ser una jugada de Carvajal para, primero, enfrentar lo inminente y para resguardarse de un chavismo que lo perseguía —se supo que el régimen había enviado mercenarios a España a secuestrarlo—.
Los pesimistas me han comentado que la detención y extradición de Carvajal se vuelve un mensaje que boicotea la causa por la libertad de Venezuela y, particularmente, una propuesta blandida por el mismo presidente de Venezuela, Juan Guaidó: la Ley de Amnistía.
El episodio de Carvajal mina cualquier tipo de confianza que pudiera tener algún funcionario de alto nivel —y, por lo tanto, bastante empañado— para apartarse del régimen de Nicolás Maduro y, posteriormente, colaborar. Aparentemente Carvajal, luego de que reconoció a Juan Guaidó el 22 de febrero de este año, empezó a cooperar con Gobiernos extranjeros.
No obstante, tomando en cuenta la dureza de la retórica de Estados Unidos y sus aliados, estos últimos días, se podría concluir que, de hecho, esta detención de Hugo Carvajal fue un claro mensaje del Gobierno de Donald Trump a la tiranía chavista: se les agotó el tiempo de gracia.
Esta semana ocurrieron eventos que hablan de un viraje de Estados Unidos, y el mundo, hacia una postura mucho más radical ante el régimen de Nicolás Maduro. Primero, el presidente brasileño Jair Bolsonaro participó su intención de acompañar una intervención militar en Venezuela; el secretario de Estado, Mike Pompeo, y el senador Marco Rubio coincidieron en audiencia en el Congreso sobre cómo la continuidad de Maduro es una amenaza para la seguridad de Estados Unidos; el almirante Craig Faller, jefe del Comando Sur, admitió en una entrevista a Foreign Policy que su país tiene intención de intervenir militarmente en Venezuela; y, por último, el exgobernador de Florida y hoy senador, Rick Scott, en un discurso aseguró que, con respecto a Venezuela, no queda otra opción que intervenir.
Queda claro que si Maduro y su círculo tenían autoridad y oportunidad para negociar una salida tranquila, prudente, ya no pueden hacerlo. Se les terminó el plazo.
A Estados Unidos probablemente ya no le importa si el régimen de Nicolás Maduro prefiere atrincherarse y resistir. Saben que no tienen la capacidad de confrontar lo inminente. Y si ocurre lo inminente, como parece, poco vale alguna Ley de Amnistía.