Ettore Gotti-Tedeschi, responsable con Benedicto XVI de la banca vaticana, ha tenido que recordarse a sí mismo a menudo que el Vaticano no es la Iglesia. En una entrevista grabada para el programa de investigación de la televisión italiana Le Iene (Las Hienas), el banquero confiesa que corrió serio peligro su fe por los oscuros manejos que tuvo que presenciar durante su mandato sobre el irreformable banco de la Santa Sede. “¡Y hasta mi propia vida!”, declara ante las cámaras.
¿Por qué se esconde el arzobispo Viganò, por qué se mantiene en paradero desconocido, viviendo la triste vida de un prófugo lejos de todo lo que le es familiar? Seguramente, no puede temer nada de sus hermanos en la Curia romana. ¿O sí?
Un Estado es un Estado, por empezar con una significativa perogrullada. Los Estados Pontificios, el Patrimonio de San Pedro, han sido, a lo largo de la historia, una potencia considerable en Europa, con un territorio en absoluto desdeñable. Así ha sido hasta la unificación italiana, concretamente hasta que en la Brecha de Porta Pía los exiguos ejércitos papales se rinden, por orden del pontífice, Pío IX -el último Papa Rey- a las tropas piamontesas.
Desde ese momento el Papado vivió en un limbo político, virtual prisionero en el Vaticano de un Estado, el Reino de Italia, a cuyos jerarcas mantuvo excomulgados en una situación insostenible, hasta que los Acuerdos de Letrán llegan a un compromiso: el Papa tendrá su Estado, pero será un espacio diminuto, 0,44 kilómetros cuadrados dentro de la capital italiana, el Estado más pequeño del mundo.
Pero Estado, por volver a la tautología del principio, con todas las prerrogativas de la soberanía en la comunidad internacional. Y con una incómoda relación con la misión primordial del pontífice romano: gobernar la Iglesia Católica, una fe que comparten 1.800 millones de personas en todo el mundo. Y entre esas prerrogativas está la de establecer sus propias normas bancarias con respecto a su banco nacional, que es a la vez el ‘banco de la Iglesia’: el Instituto para las Obras de Religión, IOR.
El IOR es el centro de una opaca trama inextricable que convierte al Estado Vaticano en el definitivo ‘paraíso fiscal’ del mundo, el último, con reglas contables y financieras que no se han adaptado del todo a las que rigen en las finanzas internacionales y un secretismo del que ya no puede presumir la banca suiza.
El periodista peruano Jaime Bayly, por ejemplo, daba esta misma semana en su popular programa televisivo las cantidades que los jerarcas bolivarianos, empezando por el propio presidente Nicolás Maduro, mantienen en el IOR, especificando incluso los números de las cuentas y las entidades bancarias de las que han sido transferidas las cantidades, un total de dos mil y pico millones de euros. De esta cantidad, el IOR, como cualquier banco, percibe un porcentaje en concepto de comisión de servicio. ¿No hace esto un poco difícil, digamos, negarle una audiencia privada a Maduro, o denunciar sus crímenes?
La entrevista a Gotti-Tedeschi forma parte de un programa dedicado a investigar el cuestionado y cuestionable suicidio de un directivo de uno de los principales bancos italianos, Monte dei Paschi de Siena. Y la conversación deriva pronto a los oscuros manejos de la banca vaticana, de la que Gotti-Tedeschi sabe probablemente más de lo que querría: corrupción, blanqueo, intereses inconfesables…
“Nadie le confirmará la existencia de esas cuentas”, confiesa el banquero al periodista en referencia a uno de los muchos casos de corrupción que aparecen en la investigación. “¡Porque allí había de todo!”. Y sigue: “Aquí estamos hablando de la Curia vaticana. Allí dentro había todo lo que pueda imaginar. Había personas que en un segundo cambiaban la titularidad de todas las cuentas. Un sistema que no permitía a nadie, solo a la Cúpula, tener acceso a las cuentas. Estaba a punto de perder la fe”.
Los intentos de meter mano a las oscuras finanzas vaticanas han sido continuos, objetivo prioritario de los últimos Papas. De hecho, Gotti-Tedeschi, responsable de las operaciones italianas de Banco Santander y católico devoto, era el hombre en el que confiaba Benedicto XVI para limpiar estos establos de Augías, y tuvo suerte de salir de allí ileso, tras una campaña de difamaciones que le obligaron a la renuncia.
El cardenal Pell fue el elegido por Francisco para una tarea similar. Serio, capaz, inteligente y especialmente dotado en este campo, descubrió demasiadas cosas que enfurecieron a los sospechosos habituales. Hoy vegeta en una cárcel australiana, hallado culpable de abusos a menores en un juicio que ha asombrado a muchos expertos por su falta de garantías e irregularidades, y en este momento afectado por una gripe que, a su edad, podría ser fatal./Infovaticana